Si mi rayo te alcanzara por Manuel Jabois
Este disco desciende de un hombre sentado en un burro, con la cabeza ladeada sobre el hombro, voz peculiarísima y cargando un violín mientras atraviesa aldeas de los montes gallegos y asturianos en la posguerra. Se llama Florencio López, Florencio dos Vilares, y está ciego, por eso también le llaman O Cego dos Vilares. Es uno de los más consagrados representantes de los cantares de ciego, esos que al llegar a los pueblos reunían a la gente alrededor para emocionarlas, para ponerlas alegres o tristes, para ponerlas a bailar o a dejarlas quietas. En Colombia nació así el vallenato, por los trovadores que iban en burro por los sitios cantando al acordeón las noticias, pues ellos eran los periódicos. En Galicia las noticias las daban las campanas de la iglesias según fuesen bodas, comuniones o bautizos, y los ciegos que no podían ver cantaban las canciones a los ciegos que no querían ver. Los amores y desamores, las morriñas. Ese hombre, Florencio dos Vilares, tenía un hermano llamado Pascasio; eran todos de la aldea de Pin, en A Fonsagrada (Lugo), y por la sangre de Pascasio corrió la tradición al hijo José Ramón, que acabó de arquitecto, y al nieto, al que llamaron Xoel López, de A Coruña, y que se hizo famoso cantando en inglés con una banda llamada Deluxe. Un día de mucho éxito Xoel López lo dejó, se subió al burro y se fue a América, de donde vino con inspiración para tres discos más que sacó con la paciencia de un cantor ciego y hoy, por fin, presenta el futuro. El lugar en el que escribe este verso que le llevaba esperando desde los tiempos de Florencio, cuando las campanas daban el parte: «Quién paga la cuenta de la eternidad».
La canción en la que canta la frase se llama Vampiro blanco y se escucha en este disco llamado Si mi rayo te alcanzara, canciones que proceden de una de esas brechas de las que hablaba Leonard Cohen: el único lugar por el que se filtra la luz. «Yo soy todo lo que quieres cuando todo lo que tienes no te basta», canta en Joana, una canción no lenta sino hecha muy despacio, que es como se hacen las cosas que te pasan de verdad. La melancolía era una enfermedad prestigiosa hace años, como la tuberculosis se consideraba fuente de belleza; Joana es melancolía indie, una manera muy personal de echar de menos: cuando extrañas algo a lo que no quieres volver. «Subo la cuesta que lleva a tu casa, Joana, te hago desaparecer».
-Yo escucho en bucle Tigre de Bengala -le digo a Xoel, al que le cambia la cara. Está repentinamente feliz. Pienso que es por mi comentario, pero resulta que le han puesto al lado del plato unas tenazas. Si te ponen unas tenazas en el Lúa de Madrid, restaurante galego, puedes tener la seguridad de que no vas a comer sopa.
-Yo no tengo nada en contra de la sopa -dice Xoel-. Pero me gustan más las centollas.
Xoel López se dedica a lo mismo que su tío abuelo Florencio pero con menos dioptrías. No presenta un disco, sino una carrera. En un tiempo de estrellatos efímeros, de exitazos que dan la vuelta al mundo y cuando aún no han acabado de darla la gente ya se ha olvidado de su creador, Xoel permanece. Hay una lógica formidable en su trayectoria y una música interior en sus canciones que remiten a algo para lo que se necesita tiempo y carácter: un sonido propio, un adn colocado por fuera como los letreros de los bares avisando de que allí se para. En Si mi rayo te alcanzara se para y se hace noche. Es un disco de hospedaje. Los que estamos con Xoel estamos desde siempre, y quien llega ahora tiene la misma sensación.
Dentro de unos días Xoel estará de promoción y hablará, como todos los artistas, de lo que significa su disco, del nuevo o viejo Xoel, de qué implica esto y qué implica lo otro. Me mira esperando esas preguntas, pero yo creo que de la gente se sabe qué discos compone mirándola mientras come centollos. Xoel me parece que ha compuesto el disco que le apetecía hacer sin reglas, porque parte las patas del centollo con los dientes y le mete unos viajes al pan que nos estamos quedando todos parvos. «Ya puede ser un disco de la hostia, Xoel», le dice Manu, el chef de Lúa.
Días después lo escucho, y lo es. Recuerdo una cosa que me dijo Xoel en la comida: «Tigre de Bengala es una canción, en el fondo, triste», y cantó un poco de ella en la mesa: «Me encontré desnudo en medio del desierto / confundí sus dunas con olas del mar». «Es un tío que está jodido, pero…». Pero baila y hace bailar, en efecto. Y la canción sube hasta poner a cualquiera de buen humor sin dejar de contar su historia. Es una canción para reunir a los amigos, los que nos deje el Gobierno.
Hay muchas temperaturas en este disco. Literalmente. Calores, fríos, glaciales, heladas, desiertos. Tiene gracia porque si un rayo te alcanza, la temperatura es alta, pero es lo de menos. Xoel López funda primero las tierras y a esas tierras llega él mismo como si estuvieran fundadas de antes; Si mi rayo te alcanzara es, por eso, su propio esplendor. El esplendor del que descubre y habita. Todo lo que va a ser Xoel dentro de veinte años está en este disco, que es la caja de música del Xoel de los anteriores veinte. En él ha dibujado unas fronteras por el único placer de pisarlas. “No me quites mi verdad otra vez”, canta en Catarata. Un verso que expresó hace mucho Fabrizio del Dongo en La cartuja de Parma y pudo haber firmado Florencio dos Vilares: “Cuando miento, me aburro”.
Manuel Jabois.